Alimentación de los mayores

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Entendemos el envejecimiento como un proceso fisiológico que comienza con el nacimiento y termina con el fallecimiento del individuo, que determina la aparición de una serie de cambios que, progresivamente, afectan a la composición corporal, a la funcionalidad de los órganos etc. y que, finalmente, conlleva la aparición de enfermedades que denominamos crónicas.

A lo largo del siglo XX, gracias a los avances científicos en cuestiones sanitarias y no sanitarias, a la mejor situación económica, etc., la esperanza de vida de nuestros ciudadanos ha aumentado considerablemente, de los 50 años a principios de siglo hasta los 82 años que disfrutan nuestros mayores en la actualidad. Como consecuencia, la población anciana ocupa una proporción cada vez mayor de la sociedad. Esta situación genera un aumento de la demanda de recursos sanitarios, económicos y sociales para poder atender a este colectivo, en el que las enfermedades crónicas son más prevalentes y, debido a ellas, pero también al propio envejecimiento, la situación de dependencia de familiares o cuidadores es mayor.

Según el informe realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) “Proyección de la población española para el periodo 1980-2010”, ya se preveía que la población española sufriría un notable envejecimiento en este periodo. Según datos del INE de octubre de 2010, las personas mayores de 65 años ascienden a 7 782 904, lo que representa el 16,7% de la población española. La mayor parte de estos mayores son mujeres, el 57,5% (cuatro millones y medio), mientras que los hombres suponen el 42,5% restante. Estas últimas cifras implican «una feminización del envejecimiento».

Se conoce, a raíz de los resultados de numerosos estudios, que existe una relación entre la dieta y el estilo de vida y la aparición de algunas enfermedades crónicas como el cáncer o la enfermedad cardiovascular. De esta forma, estilos de vida y patrones de alimentación no adecuados pueden incrementar el riesgo de padecer ciertas enfermedades. Por otro lado, también se conoce que el patrón alimentario puede influir en el proceso de envejecimiento, empeorando o mejorando la pérdida de tejidos y/o funciones corporales ligadas a la edad. Es por ello que garantizar un patrón alimentario adecuado y saludable a lo largo de la vida, y especialmente al llegar a la senectud, adquiere gran relevancia, pues contribuye favorablemente al mantenimiento del estado de salud y bienestar.

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