El azúcar en la sociedad actual: controversias sobre la relación con la salud

30 de diciembre de 2020 |
[ ESPECIALIDADES ]

No hace muchos años, el azúcar en España se anunciaba en vallas y carteles de nuestras calles como un producto esencial ‘para el funcionamiento del cerebro’ amén de promocionar muchas otras virtudes. Décadas después, el azúcar se ha visto convertido en los medios de comunicación en poco menos que un veneno y una substancia tóxica peligrosa para la salud. Entre un extremo y el otro (el azúcar, conviene recordarlo, formó parte de los alimentos esenciales en las cartillas de racionamiento de todos los países afectados por las guerras europeas del siglo XX y, por supuesto de España), insistir en las ventajas de un consumo moderado y razonable de cualquier tipo de alimento no es un mensaje llamativo, ni especialmente atractivo, pese a que, seguramente, sea la opción más coherente de todas las posibles.

De todos modos, conviene señalar algunos aspectos destacados que, por otra parte, no son nada novedosos: el azúcar ‘blanca’, de azucarero, no aporta sino sacarosa, por lo que tiene un único nutriente en su composición. Como el aceite sólo contiene grasa. Por el contrario, el azúcar naturalmente contenido en zumos naturales o en frutas, se acompaña de cierta cantidad de fibra, vitaminas y minerales. Es decir: el azúcar obtenido industrialmente es fruto de un proceso de extracción y concentración, por lo que habría que considerarlo más como un condimento que como un alimento de uso común. En consecuencia, como tal condimento, no debería utilizarse sino en cantidades pequeñas y ‘de vez en cuando’. Como deberíamos hacer con la sal. Por ese motivo, parece lógica esta recomendación de moderar el consumo de alimentos y bebidas azucarados, dada la facilidad de su consumo y la probabilidad de que se conviertan en una fuente destacada de energía sin que nos aporten otros nutrientes.

El interés por la posible vinculación entre el azúcar y la salud pública es viejo, como atestiguan las diferentes directrices que se han emitido sobre la ingestión de azúcar añadido en los alimentos y, por ejemplo, la caries. Así, las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 1990 recomendaron que la ingesta de azúcares libres no fuera superior al 10% del total de la energía consumida diariamente. En Estados Unidos, en el año 2000, al redactar las correspondientes Guías dietéticas se recomendó que la población eligiera bebidas y alimentos bajo el principio de moderar la ingesta de azúcares. Estas recomendaciones fueron modificadas en 2015 por la propia OMS, destacando los beneficios adicionales de ingerir menos del 5% de la energía como azúcar, lo que, para una dieta estándar de 2.000 Kcal., significa alrededor de 25 g de azúcar (el contenido de una sola lata de refresco azucarado suele ser ya superior).

Lo cierto es que la población ingiere mayores cantidades de azúcar de las consideradas recomendables, ya que el porcentaje de energía aportado por los azúcares añadidos parece oscilar, en diferentes grupos de población, entre el 15% y el 17% de las Kilocalorías totales, dependiendo de los estudios revisados y los países.

Muchos estudios han relacionado el consumo de bebidas azucaradas en niños, adolescentes y adultos con la epidemia creciente de obesidad. En este sentido, hay que recordar que el desarrollo de la obesidad en los EE.UU. fue paralelo al incremento del consumo de fructosa añadida como resultado de la introducción del sirope de maíz como endulzante de bebidas. La evidencia sobre la relación causal entre ingesta de fructosa y desórdenes metabólicos es bastante clara y diferentes estudios han confirmado el vínculo entre ingesta de sucrosa y fructosa y dislipidemia. En este sentido, las grandes ingestas de bebidas azucaradas incrementarían el riesgo de diabetes tipo 2, como demostró el estudio Health profesional follow-up, efecto que produciría además un aumento del riesgo de enfermedad coronaria según el Nurse’s health study (cuando se ingieren más de dos unidades diarias de estas bebidas el riesgo es un 35% mayor que en aquellos sujetos que no las consumen o lo hacen en cantidades reducidas), un efecto que incluso podría cuantificarse merced al incremento en diferentes marcadores de inflamación.

Asimismo, sabemos que se produce un efecto perjudicial sobre ciertos marcadores de riesgo cardiovascular (LDL, la glucemia en ayunas y la proteína C reactiva PCR), incluso tras el consumo de cantidades bajas o moderadas de bebidas azucaradas. En el estudio Intermap, las bebidas azucaradas estuvieron directamente relacionadas con la presión arterial e ingerir más de una lata se asoció con una mayor presión arterial.

Por otro lado, el American Institute of Cancer Research (AICR), vincula la ingesta de azúcar, en sus documentos de prevención, con la obesidad, y, correlativamente, con el incremento de los casos de cáncer de todo tipo en el mundo.

Por otro lado, una dieta saludable y equilibrada contiene fuentes naturales de azúcar, ya que monosacáridos como la fructosa o disacáridos como la sucrosa o la lactosa son componentes de las frutas, verduras, productos lácteos y numerosos cereales. El azúcar, naturalmente presente en los alimentos o de adición, claramente produce un sabor muy agradable para la gente que permite un mayor disfrute de ciertos alimentos y comidas.

Referencias

  1. Brown I. et al. Sugar sweetened beverage, sugar intake of individuals and their blood pressure: Intermap study. Hypertension. 2011 April ; 57(4):695–701
  2. de Koning L, Malik VS, Rimm EB, Willett WC, Hu FB. Sugarsweetened and artificially sweetened beverage consumption and risk of type 2 diabetes in men. Am J Clin Nutr 2011;93:1321–7.
  3. Isabelle Aeberli, Philipp A Gerber, Michel Hochuli, Sibylle Kohler, Sarah R Haile, Ioanna Gouni-Berthold et al. Low to moderate sugar-sweetened beverage consumption impairs glucose and lipid metabolism and promotes inflammation in healthy young men: a randomized controlled trial. Am J Clin Nutr 2011;94:479–85.
  4. Welsh JA, Sharma A, Abramson JL, Vaccarino V, Gillespie C, Vos MB. Caloric sweetener consumption and dyslipidemia among US adults. JAMA 2010;303:1490–7.
  5. WHO. Sugar intake for adults and children. Ginebra, 2015. Acceso en URL [octubre, 2016] http://www.who.int/iris/bitstream/10665/149782/http://apps.who.int//iris/bitstream/10665/149782/1/9789241549028_eng.pdf?ua=1
  6. World Health Organization (2003) Diet, Nutrition and the Prevention of Chronic Diseases. Geneva.

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