El estigma en la persona con trastorno adictivo

30 de diciembre de 2020 |
[ ESPECIALIDADES ]

Sólo una pequeña proporción de las personas que consumen alcohol y otras drogas llegan a desarrollar una adicción y cuando esto sucede puede comportar perjuicios importantes tanto para las personas afectadas como para las de su entorno. Como enfermedad que es, las personas que la padecen se pueden beneficiar tanto de tratamientos efectivos como de abordajes de reducción de daños con la consecuente mejora en su condición de salud y, en algunos casos, incluso la rehabilitación. Sin embargo, no todas las personas acceden a la ayuda que necesitan, siendo el estigma social una de las principales barreras para ello. A diferencia de lo que sucede con las personas con adicción al tabaco, las que desarrollan una adicción al alcohol y a las otras drogas son devaluadas, criminalizadas y excluidas socialmente debido al juicio moral, el desconocimiento o las creencias erróneas sobre los motivos de su comportamiento y el miedo. Las representaciones erróneas por parte de la sociedad y sus medios de comunicación y el etiquetado despectivo por parte de la opinión pública han estado en la base de la mayoría de políticas prohibicionistas y de control que históricamente se han implementado en otros contextos y que no sólo no han resuelto el problema, sino que además han contribuido a exacerbar, en muchos casos, los problemas asociados y a perpetuar los prejuicios sociales hacia las personas afectadas, especialmente hacia las mujeres adictas. Aunque aquí las políticas de drogas han sido tradicionalmente más salubristas, tenemos también mucho que hacer para contrarrestar el impacto que el estigma tiene en cómo la sociedad, incluidos los y las profesionales de la salud, ve a las personas con problemas con el alcohol y las drogas y cómo se ven ellas mismas. Aún hoy en día, resulta difícil abrir recursos especializados de atención para las personas con problemas de adicción sin que la comunidad se ponga a menudo en contra. Los familiares o personas cercanas tienden o bien, a esconder el problema por el miedo a ser ellos estigmatizados también, o bien a culpabilizar a la persona enferma. Ésta, a su vez, tiende, por el mismo motivo, a esconder su enfermedad y a no pedir ayuda. Por su lado, los y las profesionales no siempre ven los problemas de alcohol y drogas como un problema de salud, no les prestan la atención que merecen y, o bien malinterpretan el síntoma clínico de negación o minimización de la enfermedad como falta de fiabilidad de las personas que la padecen. Por todo ello, se estima que sólo una pequeña parte de las personas que lo requieren reciben tratamiento y/o ayuda por sus problemas con el alcohol y las drogas. Cuando acceden es tarde y la enfermedad se ha agravado, ha afectado a más áreas de su vida y resulta más difícil la recuperación. Es tiempo ya de dejar los juicios morales atrás y priorizar los derechos de estas personas, incluido el derecho a disfrutar de una buena salud y bienestar. Sólo con una mirada inclusiva por parte de todos y todas podremos hacer políticas que incidan de forma positiva en la detección precoz de los problemas de alcohol y drogas y contribuyan a paliar gran parte del impacto negativo que éstos tienen en nuestra sociedad.


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