Los tratamientos del Trastorno por Consumo de Alcohol (TCA) tienen en su mayoría una efectividad moderadamente superior a placebo, y es difícil demostrar la superioridad de unos sobre otros. Ello es así, tanto en los abordajes farmacológicos como en los psicosociales. Las causas de este fenómeno son diversas: heterogeneidad de las muestras, remisiones espontáneas, el efecto de ‘retorno a la media’, la baja adherencia al tratamiento y las altas tasas de abandono.
Por estos motivos, y aunque pueda resultar paradójico, los esfuerzos del clínico serán más rentables si se orientan a mejorar la adherencia al tratamiento y reducir los abandonos, que si se enfocan a intentar seleccionar el tratamiento más eficaz. En otras palabras: si establecemos una buena alianza terapéutica tendremos tiempo de ir ajustando el tratamiento. Por el contrario, si el paciente no lo cumple o abandona, de nada servirá que se hubiese hecho la mejor indicación posible.
La toma de decisiones compartida se ha convertido en el paradigma de la atención centrada en el paciente que constituye un modelo de relación médico paciente del siglo XXI. Basada en el aforismo inglés ‘No decisión about me without me’, implica que las decisiones sobre el tratamiento a seguir sean negociadas entre médico y paciente. Este modelo se ha implantado con fuerza en toda la medicina, y los TCA no son una excepción.
La toma de decisiones compartida comporta un empoderamiento del paciente, que encaja perfectamente con el modelo de abordaje motivacional desarrollado por Miller y Rollnick. Desde la perspectiva motivacional se ha desarrollado un modelo de toma de decisiones compartidas que en tres etapas (team talk, options talk, decisión talk) ayuda a evolucionar al paciente desde sus preferencias iniciales a unas preferencias informadas.
La implicación y protagonismo del paciente en todo el proceso, mejora la alianza terapéutica, incrementa la motivación para el cambio y reduce los riesgos de incumplimiento y abandono.