Las bacterias son seres vivos unicelulares, teóricamente poco complejos, que empezaron a habitar en nuestro planeta mucho tiempo antes que el hombre. Son capaces de colonizar e infectar en vida del hombre y acabar destruyendo su cuerpo cuando muere.
La supervivencia a lo largo de tantos millones de años denota su adaptabilidad al medio ambiente y la capacidad de resistir los envites para acabar con su vida por medio de sustancias naturales y artificiales.
Esta evolución pone de manifiesto la capacidad innata que estos microorganismos tienen para desarrollar mecanismos de resistencia a los antibióticos, de tal forma que hasta ahora no ha habido antibiótico al que no hayan inactivado por moderno que sea. Es una batalla perdida de antemano, pero una guerra que sólo se puede ganar con la investigación continua para el desarrollo de nuevas moléculas.
En la actualidad, se ha llegado a un punto en el que las resistencias bacterianas han vuelto a constituir una amenaza para la vida del ser humano y carecemos de respuestas adecuadas. Si no se propicia un acuerdo entre las instituciones sanitarias públicas nacionales e internacionales y las compañías farmacéuticas para buscar soluciones, puede ser que volvamos a una situación similar a la de la era preantibiótica.
Los principales problemas terapéuticos derivados del aumento de resistencias se centran en Staphylococcus spp. y en algunos bacilos gramnegativos como E. coli, K. pneumoniae y P. aeruginosa.
La tasa media actual de resistencia a meticilina en S. aureus en nuestro medio ronda el 30% con algunas variaciones según la localización. Otro problema que ha surgido con este microrganismo es la disminución de la sensibilidad a vancomicina y la aparición de resistencias a linezolid.
En cuanto a E. coli y K. pneumoniae destaca el aumento progresivo de la producción de betalactamasas de espectro extendido (15-20%) y la aparición de diferentes tipos de carbapenemasas que a veces van unidas.
El problema de P. aeruginosa es distinto, ya que se trata de agente muy versátil que puede presentar varios mecanismos de resistencia a la vez, como son betalactamasas del tipo ampC, cierre de porinas y bombas de flujo.
La solución a estos problemas es compleja y multifactorial, pero en definitiva pasa por la optimización del tratamiento antimicrobiano:
Uso precoz y a dosis altas del más activo.
Reducción del espectro una vez conocido el agente causal.
Disminución del tiempo de exposición, d) adecuación a sus perfiles PK/PD.
Bajada de la carga bacteriana mediante drenaje cuando sea posible. Otro punto importante es el aislamiento de los pacientes con patógenos multirresistentes y el lavado de manos del personal sanitario para evitar la diseminación.
Desde el punto de vista institucional, este tipo de abordaje se ha puesto en práctica con el Programa de Optimización de uso de Antimicrobianos (PROA) implantado en la mayoría de los hospitales españoles.
Pero no cabe duda de que es necesaria la investigación para el desarrollo nuevos fármacos dirigidos a algunos microorganismos multirresistentes, que permitan al médico la diversificación en los tratamientos.
Afortunadamente, en los últimos años han aparecido antibióticos dirigidos a S. aureus resistente a meticilina como linezolid, tedizolid, daptomicina y dalbavancina, y también a bacilos gramnegativos como ceftazidima-avibactam para E. coli y K. pneumoniae productores de carbapenemasas, y ceftolozano-tazobactam para P. aeruginosa, que han contribuido a paliar el problema.
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