En los últimos años, nuestra especialidad ha sufrido un deterioro importante, tanto en su imagen como en su ciencia. La pérdida de poder adquisitivo de la población general, la globalización y la masificación del acceso a la información han generado un cambio radical en el modelo de conducta de los consumidores. Esto ha ocurrido a todos los niveles. No sólo se comportan diferente nuestros pacientes, sino también médicos, distribuidores, comerciales, laboratorios, fábricas, medios de comunicación, etc. Durante la última década, la medicina estética ha transmitido sistemática y erróneamente el mensaje de que todo vale.
Hay laboratorios y fábricas que generan buenos negocios, con productos que responden exclusivamente a cuestiones publicitarias o de marketing. Cuidan la seguridad porque si no, peligra el negocio, pero la efectividad ha quedado relegada, como mínimo, a un segundo plano. Hay distribuidores que piensan que no tienen culpa ni responsabilidad de nada porque «sólo transportan un producto de una mano a otra”, ni lo fabrican, ni lo aplican. Hay médicos que no tienen idea -ni ganas de tenerla- respecto de la efectividad de los tratamientos que proporcionan a sus pacientes (más allá de la evidencia empírica que les da su experiencia y su “olfato”). No se actualizan, ni tienen suficiente conocimiento como para cuestionar las “novedades milagrosas” que todos los días aparecen sobre su escritorio o en la bandeja de emails. Prefieren ofrecer el tratamiento de moda, confiar en los atrayentes argumentos que le presenta su comercial de confianza, y se interesan muchísimo más en saber cuánto cuesta un producto que en entender cómo funciona.
Inmersos en este despropósito, se encuentran los pacientes, que son los únicos que tienen derecho a ser ignorantes (aunque se han dejado aconsejar por quien no da consejos: los medios de comunicación). La opinión de su médico vale para ellos menos que lo que diga cualquier tertuliante mediocre en la televisión o en un pasquín publicitario. A los ojos del gran público, la Medicina Estética está más cerca de ser un negocio altamente lucrativo que una especialidad médica como cualquier otra. Los pacientes de medicina estética tienen mucho dinero, los médicos hacen estética sólo por dinero, las empresas se meten en estética porque se gana mucho dinero fácilmente… Nada más lejos de la realidad.
La Medicina Regenerativa aplicada a la Medicina Estética no es la excepción. Es fundamental entender que el presente de la Medicina Regenerativa es maravilloso y que incluso no es nada comparado con el potencial que ofrece el futuro. Pero no podemos ejercer nuestra profesión sin basarnos en evidencia científica, sólida, contrastada, actualizada, independiente y veraz. En algunos tratamientos esta evidencia está allí, en otros aún no existe o es de mala calidad. Es imperativo que podamos distinguir el nivel de evidencia que da soporte a cualquier tratamiento de Medicina Estética que queramos implementar en nuestras consultas. Y es aún más importante, si cabe, cuando se trata de la rama más vanguardista de nuestra especialidad: la Medicina Regenerativa aplicada a la Medicina Estética. Tampoco podemos permitirnos ser robots sin cabeza a las órdenes de innumerables papelitos y protocolos sin excepciones. La fuerte intuición que el médico adquiere a lo largo de todos sus años de trabajo es una herramienta muy importante y valiosa, pero no debemos caer en el facilismo de aceptar que sea ni su única arma ni en la única que utilice para tomar sus decisiones. Tampoco podemos transformar al médico en un técnico de alto rango que siga al pie de la letra esquemas y algoritmos protocolizados. Ha llegado la hora de aceptar que hay que nivelar la báscula de nuestro arte y de nuestra ciencia y avanzar.